Vivimos tiempos difíciles. Esta frase de seguro la escuchas constantememte
en conversaciones, discursos y hasta en los propios pensamientos de tu mente.
Tiempos difíciles signados por el crimen, la crisis económica y política, la
falta de creencias, el extremismo de determinadas culturas en contra de otras,
la división, etc. Tiempos difíciles que, o nos hunden en la desidia, o nos
hacen reflexionar. Y reflexionar ¿para qué? Para producir un cambio.
El que reflexiona debe asumir el deber de no callar. No todos nacieron para
activistas, pero ciertamente no somos masas inertes que se muevan en el espacio
sin un fin. Esencialmente todos tenemos un propósito. Todos fuimos creados con
él; es tácito a nuestra existencia. Sin embargo, hay enemigos tanto materiales
como etéreos que trampean nuestra mente y nos hacen víctimas de ella. La mente
puede ejercer sobre ti y sobre mí una fuerza paralizadora peor que cualquier
arma nuclear. O puede hacernos crear, protagonizar, movilizar cualquier cosa
que seamos capaces de recrear en ella. Yo diría que hay agentes claves para que
esto suceda, la mente y nuestros pensamientos individuales no bastan. Para que
la fuerza se acreciente y se haga verdaderamente poderosa, debemos contar con
unidad y fe. Unidad con otros seres humanos y fe en una fuerza superior.
Ahora bien, ¿qué hacemos con los distractores? Y aquí es donde el título de
este post cobra sentido. Los mayores distractores de la vida actual son
materiales, y ejercen una fuerza de atracción entre ellos para aglomerarse y
orquestrar en cada ser humano deseos de tener más, sentimientos de
inconformidad y una profunda avaricia. No necesariamente se es víctima de todos
al unísono. Uno puede perfectamente existir sin necesidad del otro. Una persona
puede no tener nada y estar inconforme con su situación, lo que para nada es
cuestionable, en muchos casos es positivo pues esto la lleva a luchar, a
trabajar por cambiar su realidad. En este caso, hay que tener cuidado con los
motivos y siempre hay que procurar un límite sano porque fácilmente tener y
superarse, se puede transformar en mezquindad y hasta envidia cuando lo que la
persona comienza a hacer obsesivamente es compararse con otros. Igualmente,
otra persona puede tener mucho y sentirse inconforme porque no ha aprendido a
estar agradecida y a sentirse bien con cada cosa.
No hay nada que diga cuánto es bueno tener o
dejar de poseer para conservar la integridad y el sano juicio. Ni siquiera la
Biblia, siendo el libro más leido y reproducido desde que se imprimió su primer
ejemplar, nos da una clara idea de estos valores. Sin embargo, hay ciertos
lineamientos que nos llevarían, partiendo de nuestra espiritualidad, a una
medida justa y sana:
Uno es poner a Dios de primero, amarlo con
toda nuestra mente, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas; Él debe
ser lo más importante.
Por otro lado, no poner nuestro corazón en
las cosas de este mundo porque son perecederas, se acaban. En unas versiones se
lee que la polilla se las comen, y en otras, que el orín las oxida. Sea cual
sea el caso, las cosas materiales tarde o temprano dejan de existir. La
solución es fijar nuestra atención en las cosas eternas como el amor y la
verdad, la esperanza y la justicia.
Y por último hay un secreto, el más hermoso
de todos, para tener sin exagerar y poseer lo que se tiene con nobleza,
protegiendo nuestro corazón del egoísmo, de la codicia y la tacañería, y es el
dar. Dar implica renunciar a uno mismo para conectarse a las necesidades del
otro. Ya no vivimos centrados en el “yo y mi pequeño mundo que quiero llenar de
cosas” , para romper nuestra burbuja y estar atento al vecino, y cuando digo
vecino, no me refiero al de la casa contigua sino a toda persona que me pasa
por al lado. Si tu das, ten por seguro que el mismo autor de la vida se
encargará de cubrir tus necesidades y hasta te consentirá, dándote en su justa
medida, los deseos de tu corazón.
Quiero que sepas que no soy la más espiritual de todas las mujeres que
conoces. Me senté hoy a disfrutar con mi familia en el patio de mi casa y justo
cuando iba a empezar a hacer una lista mental de lo que aun no tengo y quiero
comprar para que se vea todo más bonito, decidí buscar mi computador y sentarme
a escribir. Y en esa conexión divina que surge cuando mi pensamiento revolotea
tratando de escuchar mi corazón, no puedo ignorar el susurro de Dios que me
seduce hasta haberlo plasmado en el papel. Trataba yo al principio de pensar en
mi patio y en los muebles que quisiera comprar, pero rápidamente me vi
sumergida en la belleza de toda la naturaleza que me rodea, en el verde tan
intenso que se despierta en primavera, en el azul del cielo con sus nubes
blancas figuradas a brochazos y una brisa fresca que me anima mientras veo a
mis hijos jugando sanos y contentos en frente de mí. A mi lado está mi
compañero, aprendiendo a ser cómplice de mi locura. Caramba! ¿Qué más puedo
pedir? Si bien no soy la más espiritual que conoces, sí me siento como la más rica del
mundo.