¿A quién contarle mi infortunio?
¿Quién compartirá mi tristeza?
Siento que me ahogo. Hay días en los que no puedo respirar.
Nace el artista. Lo he estado reteniendo por años, por respeto a los demás. Pero hoy decido respetarme a mi misma y no callar. ¿Cómo fluir en un don o en un talento honestamente, si yo misma encadeno mi alma?
Le dejo al cielo la suerte del que se dé por aludido.
No callaré. Tampoco pensaré en lo que otros quisieran leer.
Me despojo en este preciso instante del temor a los que juzgan. Simplemente destaparé la caja y daré paso a todos los colores acumulados en el tiempo.
A veces pienso que esta tristeza es la única manera de darme a luz a mí misma, hacerme nacer como lo que se supone que sea, una persona que escriba sin cesar los delirios de su alma.
Cada día me levanto llamando a mi Señor. El es el único que puede sacarme de aquí. Me sacó una vez de la fosa más profunda y más nunca me dejó volver a ella. Pero ahora es como si hubiese estado volando en el infinito y me encontrase repentinamente atrapada en un hoyo negro.
Lo único maravilloso que he conseguido en esta estación son las palabras, la voluntad y el coraje para expresarme día tras día.
¿A quién contarle mi infortunio?
No es tal.
Es solo una estación de melancolía y frustración.
Seguir entregándome. Seguir dando lo mejor de mí y no desmayar.
Amo y porque amo, existo. Quizás esté robando la cita de un erudito para citarme a mí misma.
Dios me amó primero y porque Él quizo, solo así existo.
Esta es la diferencia entre un sentimiento y la verdad. Uno sale del impulso, el otro de mi razón.
¿Quién compartirá mi tristeza?
Encuentro comfort en las palabras que escribo, quizás tanto o más que si alguien las pronunciase para mí.
Ahora menos triste, aun respiro.
Me despido por la esperanza que albergo en mi corazón,
Mañana buscaré el gozo. Ya tengo la paz.